sábado, 28 de noviembre de 2020

Sin bombo ni platillos.

El que oprime  al necesitado 
afrenta a su Hacedor, 
pero 
el que tiene misericordia del pobre 
lo honra. 
 Proverbios 14:31 (RV 2015)

Si –en alguna medida- comprendiéramos este enorme principio, el mundo moderno sería menos violento y más equilibrado. 
Somos una sociedad y el Señor observa la actuación que cada uno tiene con el disminuido económicamente. A Él le importa el necesitado pero también le importa cómo es tratado por aquel que tiene mayores recursos. 

Tenemos esta tendencia, que el Estado se responsabilice. 
Que los empresarios paguen más impuestos. 
Que los ricos donen. 
 Que los políticos saquen pronto leyes… 
¿Qué hay de mí? 
¿Soy acaso guardián de los pobres?, dicen algunos, parafraseando la pregunta bíblica. 
¿Puedo escudarme en los organismos formales para cruzar los brazos? 

Observo con admiración a las Comunidades Evangélicas, que "sin bombos ni platillos" publicitarios  preparan comedores para menesterosos, ollas comunitarias o canastas de mercaderías. Hermanas que donan parte de sus ingresos (muchas veces son renuncias a algún placer) para ayudar a alguien en necesidad.
Aprecio esos gestos de amor con los inmigrantes, ayudarles a buscar una casa, pagar sus trámites, ayudarles a encontrar un buen trabajo, cancelar su cuenta de celular o donar un cilindro de gas para que puedan cocinar, gestos de auxilio desinteresado; me siento privilegiada de vivir cerca de esa gente. 
Una manera de honrar a Dios es la mano abierta, sea mucho, sea poco, para uno que no tiene, todo es una bendición. 

Nos hace bien recordar lo que dice la Palabra: “En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.”? (Hechos 20:35



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