mueren con ella su esperanza
y todas sus fantasías de grandeza.
En un abrir y cerrar de ojos llega la desgracia,
al contrario de los justos,
ellos estarán a salvo.
La persona impía habla mal de todo
las palabras derriban a sus semejantes;
a la gente honrada la salvará la sabiduría.
Proverbios 11:7-9 (paráfrasis)
La tarde apacible dejaba entrever un sol de otoño, en otro escenario habría sido un paisaje romántico. Pero la muerte del muchacho estremecía el barrio.
Caminamos detrás del féretro, la carroza se detenía en cada esquina de la población, el periplo largo e intrincado lo hicimos recorriendo sus lugares familiares; cada cierto tiempo alguno de sus amigos decía unas palabras y derramaba una botella de cerveza en el capó del vehículo dejando una estela de olor a alcohol de heterogénea calidad.
Unos breves disparos al aire coronaron la salida hacia el cementerio. Mucha oda a la valentía del occiso, mucho llanto y lamentos de mujeres.
Como sea, una vida joven truncada en su plenitud siempre entristece.
He asistido a muchos funerales; aunque las ceremonias difieren entre una y otra hay algo que las une, la certeza de la muerte.
Esa convicción invade el paisaje porque alguna vez será también la mía.
En cada mirada se lee esa idea, algunos la evaden, otros se rebelan con lágrimas bebiendo hasta la curda, nadie la puede anular.
Si no hay un Cristo, solo desesperanza.
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