jueves, 5 de noviembre de 2020

El deseo mueve el mundo.

El deseo cumplido 
es causa de alegría, 
pero los necios 
detestan apartarse del mal
Proverbios 13:19 RVC 

“El deseo es el resorte de nuestras actividades. 
Locke lo define "como la inquietud que un hombre siente dentro de sí ante la ausencia de cualquier cosa cuyo disfrute presente lleva consigo el deleite". 
Los deseos del alma, que son muy variados, son muy significativos de nuestro destino. 

"Nuestros deseos", dice Goethe, "son los presentimientos de las facultades que yacen dentro de nosotros, los precursores de las cosas que somos capaces de realizar.” 
La calidad y permanencia del placer debe depender siempre del objeto del deseo. 
Si la cosa deseada es inmoral, su logro será "dulce para el alma" por un tiempo, pero luego se volverá amarga como el ajenjo y la hiel. 
El triunfo de la verdad, el progreso de la virtud, la difusión de la felicidad, el honor de Dios, son objetos de deseo que deben dar una dulzura eterna al alma. 
Dios mismo debería ser el gran objeto del deseo. 
"En cuanto a mí -dijo el salmista-, contemplaré tu rostro en justicia. Estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza". (Salmos 17:15) (Homilista)

El rey Midas pidió un deseo,  que todo lo que tocara se convirtiera en oro.  Terminó mal.
En un cuento que leí de niña la esposa del pescador quería toda la riqueza y poder del mundo.  También tuvo malos resultados.
El rey Salomón pidió sabiduría y nos legó estos proverbios. 
Nuestros deseos ordenan o desordenan nuestros pensamientos y acciones. Soñamos alguna vez con aquellas míticas historias Alíbabá, Aladino, David, José, todo un caleidoscopio que nos hizo soñar con imposibles. 

Y tú ¿qué pedirías?


Fotografía de aquí:



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