A veces las emociones desbordan la impavidez o el protocolo.
Nos sentimos descolocados, con un poco de vergüenza ajena frente a escenas demasiado emocionales.
Somos testigos incómodos del momento en que hay muchos sentimientos, mucosidades, llantos y gritos.
Todo se justifica ante este tamaño encuentro entre José y sus hermanos.
¿Cuántos años han pasado?
¿Cuánto resentimiento mascullado en miles de horas desveladas?
¿Cuántos arrepentimientos, autoreproches y más lágrimas?
¿Qué sabemos de las inquietudes de los hermanos de José?
Perseguidos por el recuerdo que no les deja dormir; tal vez esperando que de pronto aparezca José como un fantasma, días y días con la culpa recurrente, mirando como el padre -Jacob- se consume de pena.
Y de pronto la realidad de su pecado aflora nítida como una bofetada que los deja paralizados.
Unos dirán "bien merecido tienen el susto".
O "que paguen por el mal que le hicieron al pobre muchacho".
Y es ahí donde aparece la Gracia. La Gracia con mayúscula.
La misma Gracia de Cristo cuando extiende la mano y dice: "Quiero, se limpio"; la misma Gracia cuando dice: "ni yo te condeno..."
La Gracia es incomprensible, extravagante, asombrosa.
José es pura Gracia cuando les habla: "...no se inquieten ni se enojen con ustedes mismos por haberme vendido.
Fue Dios quien me envió a este lugar antes que ustedes, a fin de preservarles la vida."
Génesis 45:5 NTV
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Audiolectura de hoy:
Génesis 45 NTV
Génesis cap. 46 NTV
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