Un gobernante que ha puesto
su vida en manos del Señor,
Dios lo dejará fluir por donde Él desea;
y -como un río-,
repartirá bendición abundante a su paso.
Proverbios 21:1 (paráfrasis)
Los periódicos del mundo han multiplicado la noticia: el viernes 9 de abril ha fallecido el príncipe Felipe de Edimburgo, esposo de la reina Isabel de Inglaterra.
Los medios han curioseado hasta en lo más recóndito para encontrar imágenes divertidas, familiares, comprometedoras o licenciosas.
Una vida longeva tiene mucho de realidad y ficción.
El curso de los asuntos humanos nos perturba, a veces nos alegra y otras nos causa opresión en el espíritu.
La muerte de uno que tenía “sangre azul” -en el decir de nuestros padres-, conmueve al mundo porque nos define humanos e iguales frente a la eternidad.
La realidad de un Dios Santo especifica lo que somos, no el color de la piel o la gran o pequeña cuenta corriente; menos la bijouterie de más o menos valor económico o la belleza del porte y los rasgos aristocráticos. Somos humanos y preciosos porque Dios nos creó y "en Él vivimos y nos movemos y somos".
El rey Salomón –escritor de estos proverbios- declara que ha dejado su corazón en las manos del Señor Eterno y Él lo ha dejado fluir en la vida como un río que bendice a su nación.
¿Qué fortuna deja un príncipe, un rey, un presidente?
¿Más bienes materiales que inmateriales?
¿Qué herencia deja un hijo de Dios?
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Un poco de historia acerca del príncipe Felipe de Edimburgo:
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La noticia del día: En Israel, a partir de hoy, las mascarillas al aire libre no serán obligatorias; la vacunación generalizada ha resultado en más apertura. / AFP
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Ilustración de la entrada: El rey Salomón es ungido. Pintura de Luca Giordano
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