no necesitan una respuesta;
podrías caer en esos temas
y terminar en frivolidades innecesarias.
Si es el momento oportuno,
responde con mesura,
de acuerdo al nivel cultural de tu interlocutor.
Proverbios 26:4-5 (paráfrasis)
En los últimos años se ha instalado en los medios audiovisuales una práctica social que poco a poco se consolida y tal vez hasta se profesionalice, la opinología, ciencia que consiste en hablar de “todo” sin demasiada profundidad.
Un opinólogo es una persona que comenta la realidad sin ser –necesariamente- experto en nada. Sin embargo, algunos han llegado a ser respetados y gozan de una cantidad no despreciable de seguidores en las RRSS.
Todos tenemos opiniones. Así que en cierto sentido somos “opinólogos”; en el almuerzo familiar de los domingos el niño aprende que su pensamiento es escuchado por los mayores; en el bar de la esquina los asiduos serán expertos en bebidas espirituosas (o fútbol, dependerá de la época); en la oficina el funcionario puede contar (o escribir) las más sabrosas historias, reales o imaginarias; en la mediática tv se explayarán como peces en la pecera, desmenuzando la vida de los famosos, en fin, las opiniones serán tan variadas como los 20 millones que somos.
La web 2.0 ha catapultado la opinología al infinito…”y más allá”, a la posteridad, banalizando hasta los temas sacros.
¿Cómo “entresacar lo precioso de lo vil”?
¿Cómo evitar que nuestra opinión se transforme en dogma?
¿A quién oír que no nos disperse el pensamiento?
Una sola directriz puede salvarnos de tanto galimatías:
“…las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús.”
(2 Timoteo 3:15)
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En estos días he tenido la gran alegría de saber que algunos lectores se han inscrito en clases formales de estudios de la Biblia o Teología. Una excelente decisión.
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