Hasta ahora el libro de Santiago nos lleva a profundas reflexiones de cómo se vive en un mundo lleno de contradicciones.
En público se bendice a Dios;
en privado se habla mal del prójimo.
Las redes sociales contribuyen a levantar o hundir la imagen de cualquiera.
En un mundo donde las palabras se viralizan necesitamos reconocer que nuestro mayor desafío no es la tecnología que se nos ofrece como herramienta comunicacional, sino controlar nuestro discurso interno.
La lengua revela quién es quién, más allá de las buenas y piadosas intenciones.
El argumento que nos presenta Santiago ya lo ha declarado en el capítulo anterior
“ no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace.” (1:25)
Creer es solo un inicio. A la fe le siguen de forma natural las buenas acciones.
¿Cómo evaluar nuestro crecimiento en la fe?
Cada día vamos realizando las obras de Dios antes que las propias.
Hay una perfecta coherencia entre lo que somos como creyentes y lo que hacemos en la realidad cotidiana.
Como el apóstol Pablo lo amplía: "En este mundo maligno, debemos vivir con sabiduría, justicia y devoción a Dios, mientras anhelamos con esperanza ese día maravilloso en que se revele la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Él dio su vida para liberarnos de toda clase de pecado, para limpiarnos y para hacernos su pueblo, totalmente comprometidos a hacer buenas acciones."
Sabemos mucho, cada día hay más conocimiento de mil cosas, pero nuestra humanidad nos impide realizar lo que nos proponemos.
Alguien escribió: "el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones", buenos deseos que se quedaron sin practicar.
Por estos días Chile ha ingresado a una espiral de promesas de los candidatos a la presidencia de la República. Es una hazaña soslayar la retórica que se instala en todos lados.
Sabemos que un alto porcentaje de esas ofertas son columnas de humo que se las llevará el viento.
El espejo -dice Santiago- nos da una imagen personal cada día.
Quizás lo más honesto es reconocer que todos somos, en cierta medida, "oidores olvidadizos".
La diferencia está en cuántas veces regresamos al espejo (la Palabra de Dios), cuántas veces nos damos la oportunidad de recordar quiénes queremos ser realmente, y cuánto dejamos que el Espíritu nos moldee.
Santiago escribió una carta de cinco capítulos, hoy escuchamos el primero.
Santiago, una persona que creció con Jesús, y que tal vez tuvo dudas al observar el ministerio de su hermano (Juan 7:5), para luego experimentar una transformación.
La fe es un proceso, habitualmente necesita tiempo.
Su decisión de identificarse como "siervo" en lugar de "hermano" refleja madurez y crecimiento espiritual. Santiago guarda una distancia respetuosa llamándolo "Señor".
En esta introducción nos muestra sus lectores, hermanos dispersos que han perdido su hogar y habitan como extranjeros en el mundo.
Todos ellos (al igual que nosotros) necesitaban palabras de ánimo y consuelo, aparte de la corrección para vivir mejor.
Te invito a oír con atención y meditar en la sabiduría profunda de esta carta.
¿Qué es aquello que no se puede comprar con dinero?
¿Por qué amar algo voluble y maleable como una cuenta bancaria o un puñado de billetes?
No se ama una herramienta.
Si tienes dinero, qué bien.
Hay en el mercado muchas oportunidades de inversiones más o menos seguras, más o menos riesgosas. Hay sabiduría en invertir (y gastar) de manera adecuada.
Sin embargo, el amor a Dios y al prójimo es un valor superior que podemos cultivar, por sobre las finanzas temporales. Y sin duda obtendremos mejor interés.