Los ídolos de las naciones no son más que objetos de plata y oro;
manos humanas les dieron forma.
Tienen boca pero no pueden hablar,
tienen ojos pero no pueden ver.
Tienen oídos pero no pueden oír,
tienen boca pero no pueden respirar.
Salmos 135: 15-17 NTV
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Oro, plata, madera, nobles materiales pueden transformarse en esculturas por las manos de un hábil artesano.
De ahí a imprimirles cualidades que solo tiene Dios hay un tris de distancia.
El profeta Isaías nos ilustra:
El carpintero mide con un cordel, hace un boceto con un estilete,
lo trabaja con el escoplo
y lo traza con el compás.
Le da forma humana;
le imprime la belleza de un ser humano,
para que habite en un santuario.
Derriba los cedros,
escoge un ciprés o un roble
y lo deja crecer entre los árboles del bosque;
o planta un pino, que la lluvia hace crecer.
A la gente le sirve de combustible,
toma una parte para calentarse;
enciende un fuego y hornea pan.
Pero también labra un dios y lo adora;
hace una imagen y se postra ante ella.
La mitad de la madera la quema en el fuego,
sobre esa mitad prepara su comida;
asa la carne y se sacia.
También se calienta y dice:
«¡Ah! Ya voy entrando en calor, mientras contemplo las llamas».
Con el resto hace un dios, su ídolo;
se postra ante él y la adora.
Y suplicante dice:
«Sálvame, pues tú eres mi dios».
No saben nada, no entienden nada;
sus ojos están velados y no ven;
su corazón está cerrado y no entienden.
Ninguno se detiene a pensar,
les falta conocimiento y entendimiento para decir:
«Usé la mitad para combustible;
incluso horneé pan sobre las brasas,
asé carne y la comí.
¿Y haré algo abominable con lo que queda?
¿Me postraré ante un pedazo de madera?».
Libro de Isaías, 44 NVI