La prisa codiciosa para recibir una herencia
no es garantía, a la larga, dé buenos resultados.
Proverbios 20:21 (paráfrasis)
La avidez de bienes, en especial heredados, obnubila la razón.
Una amiga se casó con un anciano para heredar la propiedad que no era nada despreciable. Una bella casa de dos pisos, amplios parronales y un cuidado jardín. Toda una tentación para salir de las deudas.
Porque sin duda, mi amiga esperaba que el caballero falleciera en tiempo record, el asunto es que le hizo tan bien el matrimonio que demoró unos cuantos años –patologías varias incluidas- en partir.
Mi amiga era interesada pero no cruel, lo cuidó en sus últimos días y –claro está- obtuvo la ansiada herencia.
Una de las calamidades humanas más generalizadas es la codicia.
Uno de los motores poderosos que mueven al mundo. En el proceso para obtener su objetivo se mata, se miente y todos los derivados.
Uno no tiene y desea tener.
Uno tiene poco y desea tener más.
Uno tiene bastante pero lo considera insuficiente.
Uno tiene más de lo necesario pero desea más seguridad.
Uno tiene en abundancia, gasta más en seguridad, todo le parece poco.
Mi madre decía que el ser humano es como "un barril sin zuncho" (sic)
¿Será?
Antes de caer en ese espiral irrespirable, consideremos la Palabra de Dios que nos regresa a la cordura:
"No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo." (Éxodo 20:17)
Que tengas paz en el alma.
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Una curiosidad:
Existe en en Ralún, Chile un camino que tiene un tramo llamado "Cuesta de la codicia".